Este domingo la Catedral de San Patricio celebró una misa en español en honor a la virgen de Altagracia, conocida como la protectora del corazón de los dominicanos.

"Es la reina de nosotros, entonces ella nos protege y uno le pide con toda la fe para que nos ayude", dijo un dominicano que asistió a la misa.

"Es la patrona del país y tengo mucha fe en ella", dijo una mujer que también asistió a la misa.

"Le tengo gran devoción porque he ofrecido a mis hijos. Mi hija se presentó en la universidad y pasó, entonces le tengo gran devoción. Ahora traigo a mi hijo", explicó otra asistente a la Catedral.

La eucaristía contó con la presencia líderes electos de ascendencia dominicana, así como la primera dama del país caribeño.

"Cada año nosotros acudimos aquí a la catedral. Ya es una tradición importante de nuestra comunidad celebrar esta misa aquí, donde vienen miles de personas", dijo el congresista Adriano Espaillat.

La homilía del obispo de Santo Domingo, Ramón Ángeles, recordó que las advocaciones de María alrededor del mundo deben considerarse una expresión de unidad en la diversidad.

"Esto es una gran expresión de un pueblo que verdaderamente quiere la unidad pero a la vez también quiere vivir en paz", dijo el obispo auxiliar de Santo Domingo, monseñor Ramón Benito Ángeles.

La diversidad también pudo constatarse en los asistentes a la eucaristía y en las múltiples peticiones de los fieles.

"Es un secreto, pero vengo a pedirle muchas cosas y y me ha cumplido varias promesas que le hecho", dijo una de las asistentes a la misa.

"Que sane a mi hermano. Eso es lo principal hoy", dijo otra fiel.

"Pedirle por el mundo, pedirle para que este presidente apruebe la reforma para los inmigrantes. Para la paz del mundo", dijo otra mujer entrevistada.

"DACA, para que realmente esos jóvenes que son el futuro esto se pueda realizar. Que a DACA le den lo que están pidiendo", dijo otra asistente.

La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia es una de las pocas representaciones de la virgen que ha sido coronada dos veces: en 1922 por Pío VI y en 1979 por Juan Pablo II.