Con números generados automáticamente por estas máquinas, el cumpleaños de un ser querido o una fecha significativa. Todo vale para probar suerte y la posibilidad de ganar los premios de MegaMillions y PowerBall, que sumaban más de $1,000 millones de dólares antes del sorteo del martes.

Antes de que cayeran las esferas, la mayoría de los hispanos tuvo a su familia en mente al soñar cómo cambiaría su vida con el boleto afortunado: "Ayudaría a mi familia, es lo primero. Y de ahí, pues alcanzaría a irme a viajar. Viajar, viajar, viajar".

Alguien más añadió: "La mayoría del dinero lo usaría para mi familia. Yo pienso que la primera cosa que voy hacer es llamar a mi madre y a mi padre y decirles: ahora no se preocupen porque ya no van a trabajar por el resto de su vida.

Otros se ven dándose la vida reservada para el jet-set: "Yo dejo de trabajar y me voy a viajar por todo el mundo. Me compraría una casa en Grecia en una de las islas por allá: una Casa Blanca, un barco".

Otros más, sueñan pero con un plan fiscalmente responsable: "Volar a mi país para comprar unos terrenos, no sé. Invertiría en algo para mi vejez".

Pocos de los compradores tenían pensada la primera decisión que un ganador tiene que hacer: pedir un solo pago millonario menos impuestos, o anualidades en el orden de un salario de ejecutivo.

El premio más grande en la historia de la lotería de Estados Unidos fue el PowerBall de 2016 en el que 3 ganadores se llevaron $1,586 millones de dólares.